P. Merimée
Llevaba una falda encarnada, muy corta, que dejaba ver unas medias de seda blancas, con más de un agujero, y unos monísimos zapatitos de tafilete rojo atados con cinta de color de fuego. Iba ahuecándose la mantilla para que se le viera la garganta y un ramo de acacia que le salía del pecho. Aún llevaba otra flor de acacia en la comisura de los labios y se adelantaba contoneándose sobre las caderas como una yegua joven del potrero de Córdoba. En mi país , una mujer con semejante vestimenta hubiese hecho santiguarse a todo el mundo.
( Carmen)
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